jueves, 30 de octubre de 2008

HALLOWEEN

Esta semana es Halloween. Muchos dicen que no es una fiesta típica española y que no debería celebrarse. Sin embargo, yo me lo paso pipa cuando celebro este evento así que me da igual que sea o no español. Me parece genial coger lo que nos gusta de otras culturas y hacerlo también nuestro. Para eso está la riqueza cultural y no para encorsetarse en unas ideas y rechazar todo lo demás. No me gustan nada esas voces que dicen: "¡hay que preservar lo nuestro a toda costa!". Y yo digo ¿qué ocurre si hay cosas de lo nuestro que son peores que las de otros? Para eso, soy muy pragmático, yo abogo por sustituir lo malo nuestro por lo bueno de otros (eso sí, quedándonos con lo bueno nuestro). La sociedad evoluciona y, cuanto más abierta es, mejor fluye todo. Por eso, a quien no le guste halloween, que no lo celebre, pero que no critique.

Pasadlo bien!!

jueves, 23 de octubre de 2008

tortugADSL

¡Qué bonita es España! ¡Oh! El sol, la playa, los colores del Mediterráneo, la riqueza cultural... En ningún sitio como en España. He encontrado una prueba más de ello esta semana, concretamente con la publicación de los datos de velocidad media de acceso a Internet en los diferentes países del mundo.

Como podéis imaginar, España no lideraba la lista publicada. Es más, desde nuestra vergonzosa 21º posición es imposible divisar la cumbre. Pero lo peor no es que la velocidad media de descarga en España sean 1,2 ridículos megas (más que lo que yo tengo, todo sea dicho), sino que, para colmo, el precio de acceso a Internet en nuestro precioso país es más caro que el de nuestros vecinos que disponen de un servicio infinitamente mejor. Por ejemplo, la velocidad media de Francia, que tampoco está al otro lado del globo terráqueo, es unas 17 veces mayor que la nuestra (17,6MB).

Además, para redondear el cachondeito que se traen las empresas de telecomunicaciones, hay que decir que, de momento, sólo están asegurando un 40% (de media) de la velocidad que ofrecen en sus anuncios. El grito pusieron en el cielo, cuando el gobierno anunció que iba a regularlo para que estuvieran obligadas a garantizar el 80% de la velocidad anunciada. La reacción es lógica, porque, si la medida se lleva a cabo, las grandes empresas de telecomunicaciones españolas van a tener que desembolsar un poquito de dinero para normalizar las redes de conexión (actualmente, desvencijadas y cochambrosas), pero también pone de manifiesto lo poco que les importa el progreso del inigualable y bello país nuestro que tanto nos venden y que lo único que ansían como perros hambrientos son montañas de beneficios a costa de los clientes.

Por si no te estás muriendo de rabia por poner en su sitio a los directivos de algún que otro proveedor de internet, realiza el test gratuito de la velocidad de tu conexión en la página: www.speedtest.net
Lo más probable es que te pongas rabioso, como yo.

domingo, 19 de octubre de 2008

EL FOTOGRAMA Nº 24

Hoy he ido al cine y he visto Camino, la última película de Javier Fesser. Tranquilos, no soy un rebienta-finales así que podéis seguir leyendo con toda tranquilidad (bueno, excepto en caso de que os aburra :P). Es una película muy triste que está basada en la historia real de una niña madrileña que padeció cáncer en los años 80 (hasta dónde es de realista la película, eso ya no sé determinarlo). Pero lo que sí que parece muy real es la opinión que tiene el guionista sobre la existencia de Mr. Pebbles o, al menos, eso da a entender hasta el último, ultimísimo fotograma de la película donde aparece un símbolo que me ha dejado totalmente rayado. Lo único que puedo hacer es pedir la opinión del que ya la haya visto.

¿Existe o no existe?

miércoles, 15 de octubre de 2008

POWER TO THE MEDIA?

Esta tarde, he leído que hay tantos medios de comunicación actualmente y que generan tantos estímulos, que, si prestáramos atención a todos esos medios, nos faltarían horas en un día, para hacer otras cosas, es decir, que estaríamos más de 24 horas seguidas mirándolos.

Si se plantea esta cuestión, siempre habrá alguien que diga: "Eso no es correcto, porque hay medios de comunicación que pueden consumirse a la vez que se hacen otras cosas, por ejemplo, la radio". Y esa persona estaría en lo más cierto. Pero ese aspecto, no contradiría la hipótesis inicial sino que, en mi opinión, la convierte en un hecho. ¿O acaso no estamos en continuo contacto con los medios de comunicación? Cuando nos levantamos por la mañana, si no es con el radio-despertador, vemos la televisión mientras desayunamos; en el transporte público es imposible ver a alguien que no esté leyendo un periódico o un libro o que esté escuchando música en su reproductor portátil; cuando vamos por la calle las vallas publicitarias o carteles nos asaltan a cada vuelta de esquina; en el coche nos resulta raro no tener la radio encendida; ¿quién no siente curiosidad por mirar su correo electrónico en el trabajo?; y así hasta infinidad de situaciones que nos asaltan en el día a día. Sin embargo, este contacto con los medios no es excluyente, o sea, no impide que estemos haciendo otras cosas simultáneamente, ¿no?

Y todo esto, ¿para qué?

Resulta que me ha dado por pensar que, si en todo el tiempo que pasamos despiertos, el protagonista principal son los medios, ¿dónde queda la capacidad del receptor para discernir la realidad objetiva de la realidad construida por los medios de comunicación con tal bombardeo de mensajes? ¿Pueden resultar ciertas esas teorías que yo tildaba de paranoides hasta ahora y que arguyen que la población es vulnerable a los deseos de los que controlan los medios? ¿O más bien es esa sobreexposición mediática la que está desarrollando en nosotros una capacidad crítica jamás soñada por nuestros antepasados?

Desde mi punto de vista, yo creo que ocurre más lo segundo, porque cada uno selecciona, al final, lo que quiere de lo que ve, oye y lee. Sin embargo, el único hecho verdaderamente empírico en toda esta cuestión es el tiempo que pasamos expuestos. ¿Cuáles serán los efectos a largo plazo? Hay queda la incógnita.

viernes, 10 de octubre de 2008

EL QUE NO ENTENDÍA QUE 100:2=50

Érase una vez, un grupo de jóvenes desvalidos que vivían en un desierto inhóspito en medio de la nada. El desierto era enorme y pertenecía a un gran reino en el que para ir de un lugar a otro hacía falta caminar largos trechos. Sin embargo, los sitios habitables, identificables por el símbolo real de la U con los tres círculos, escaseaban y no tenían la suficiente capacidad como para albergarlos a todos, por lo que, a menudo, los jóvenes sufrían situaciones de hacinamiento. No podían emigrar a otros lugares a pesar de estas pésimas condiciones, porque el sistema burocrático que todo lo regía y que a todos tenía controlados, impedía cualquier mínimo cambio en el entorno que no fuese atraer a más jóvenes hacia el desierto para enriquecer a los estratos superiores con sus tributos. Esta pequeña historia trata de lo que aconteció a nuestro grupo de jóvenes una mañana de otoño, cuando, inocentemente, apelaron a la inexistente flexibilidad de un miembro elemental de la red burocrática.

En el tercer año después de la llegada, el grupo de jóvenes ya había experimentado en sus carnes la rigidez por la que se determinaba todo en el reino de la U. Todos se preguntaban si la causa sería el clima inestable o los parajes casi carentes de toda forma de vida, pero el caso es que nadie ejercía la más mínima oposición a ese sistema opresor y anulador. Con el cumplimento del trienio, ninguno esperaba ninguna sorpresa más, todo había sido visto, puesto que todo en el régimen de la U estaba planificado exhaustivamente y todo lo que allí ocurría era perfectamente previsible. Pero se equivocaban.

Increíblemente, al comienzo del tercer año, uno de los burócratas concedió un atisbo de libertad al grupo de jóvenes al proponerles que se organizaran por su cuenta en grupos para realizar una tarea que el reino les exigía. El desconcierto se extendió como una corriente eléctrica entre todos, ya que muchos no decidían por sí mismos desde tiempos inmemoriales y otros ni si quiera recordaban lo que era la individualidad. Los jóvenes, habiendo interiorizado ya la filosofía recta y estricta del sistema al que estaban condenados, se dividieron en diez grupos (por afinidad personal) de diez personas cada uno y se organizaron para que cinco grupos trabajaran primero y los otros cinco grupos los relevaran más tarde.

Parecía que los engranajes del sistema giraban ahora mucho mejor gracias a las pequeñas gotas lubricantes de libertad que el burócrata había aplicado y, además, los jóvenes se sentían satisfechos consigo mismos por primera vez en mucho tiempo. Pero el cielo raso que los cubría no tardó en nublarse al enterarse otro de los burócratas de las prácticas herejes que los jóvenes estaban llevando a cabo. Este personaje escondía, bajo sus premisas fundamentalistas, un egocentrismo infinito y utilizaba al sistema para su propio beneficio, por lo que no estaba dispuesto a permitir que los chicos se organizaran libremente. De esta manera, ideó una vil trama para engañar a nuestro grupo de jóvenes y someterlos de nuevo al yugo de la burocracia.

Tras el primer día de trabajo, el este burócrata sembró la incertidumbre entre los jóvenes, puesto que se reunió con el que relevaba al primero en sus funciones, sabiendo que los dos grupos no habían coincidido en ningún momento, para decirles:
"Velando por vuestro bien y porque yo me preocupo por vuestra felicidad aquí en el reino de la U, he de reorganizar la partición del grupo que habéis realizado. Resulta que el grupo que os precedía consta de menos personas que el vuestro, por lo que la tarea no se está realizando eficientemente. Por ello, procederé a dividir el grupo en dos partes que contengan exactamente la misma cantidad de personas".
Los jóvenes, que habían catado las mieles de la libertad (aunque sólo fueran insignificantes moléculas), notaron como un sentimiento de rebeldía nacía en su interior y no creyeron lo que oían. Por ello, aunque tímidamente, expresaron su disconformidad con la decisión del burócrata:
"Es imposible lo que usted nos cuenta, porque, siguiendo las normas de rectitud, racionalización y eficiencia de nuestro reino, ayer los 100 que somos nos dividimos en diez grupos de diez personas cada uno y acordamos que cinco grupos trabajarían primero y cinco después, es decir, 50 personas primero y 50 más tarde".
El malvado señor, contaminado por años y años de doctrina burocrática, no era capaz de asimilar que una organización tan impoluta y racional hubiera surgido del conjunto de iniciativas individuales, por lo que los jóvenes tuvieron que explicarle 70 veces 7 por qué no era posible que el grupo de jóvenes predecesor fuese menor. Finalmente, cuando el burócrata lo captó, notaba como se le retorcían las entrañas. Aunque deseaba con toda su alma echar por tierra la propuesta que le hacían, le era imposible, puesto que los argumentos que aportaban los jóvenes eran matemáticamente sólidos y objetivos. Por ello, algo cambió en la mente del burócrata fundamentalista y prometió estudiar el caso con sus compañeros de trabajo.

Sin embargo, la posibilidad de llegar a un acuerdo jamás fue una opción para el malvado burócrata y lo único que pretendía era ganar tiempo para buscar alguna excusa o encontrar apoyos. Y así es como ocurrió. Tras hablar con compañeros de su mismo signo, el burócrata procedió a la disgregación arbitraria del grupo de jóvenes, infundiendo el desconcierto suficiente como para que no pudieran volver a unirse en su contra. Los chicos y chicas aprendieron así la dura lección de que contra la burocracia, el sentido común siempre sucumbe.

basado en hechos reales

martes, 7 de octubre de 2008

TENERLO CLARO

Después de dos posts más o menos cinéfilos, vamos a cambiar un poquito de tema (aunque me tira el cine, me tira...).

Hace unos días, concretamente el domingo, leí una pequeña fotonoticia del suplemento de El País, que contaba la historia de un joven que ha pasado de ser un estudiante cualquiera a conquistar el puesto número 321 de la lista de los más ricos del mundo. ¿El dinero que tiene ahora en la cuenta? Unos 1.500 millones de dólares. Siendo estudiante, cuando se oye la cifra de esta minucia de patrimonio, se piensa: "¡Qué suerte tienen algunos!". Y eso es lo que yo pensé también, hasta que finalicé la lectura del artículo.

Resulta que nuestro amigo, Mark Zuckerberg (vamos a ponerle nombre, que también es persona), es el inventor de la archifamosa página web Facebook. Zuckerberg se dedica a programar (por puro placer) desde los once años, edad a la cual se leyó un libro, enterito, sobre el lenguaje de programación C++. Y, claro, cuando, en la Universidad, le llegó un libro muy popular en EE.UU. entre los estudiantes, el cual hay que ir pasando entre los alumnos después de pegar una foto y escribir unas palabras sobre ti, se le ocurrió que podía crear la versión online del mismo. Ahora es el momento de volver a hacernos la pregunta: ¿tuvo suerte Zuckerberg?

Por un lado, sí, porque ha dado la casualidad de que su creación ha tenido mucho éxito entre los jóvenes, algo que era impredecible. Pero por el otro, es completamente lógico que se le ocurriera a él la idea de crear el Facebook online, porque llevaba dedicándose a hacer programas desde niño. Por eso, desde ese punto de vista, me parece injusto decir que ha tenido suerte, cuando ha estado trabajándose su habilidad desde bien pronto, aunque fuera como un simple hobby.

Por esta razón, envidio (sanamente) a las personas que tienen claro desde pequeños qué es lo que les gusta y qué no. Porque al tenerlo claro se dedican a ello desde entonces y van ganando mucha experiencia de la que los que somos un barco sin rumbo durante largo tiempo carecemos más tarde.

domingo, 5 de octubre de 2008

VER UN LIBRO O LEER UNA PELÍCULA

"Movimiento, así es el cine de Menassa, un cine en movimiento, escenas sin velocidad real que alcanzan velocidades supersónicas encadenadas a la palabra, herramienta que sin duda Menassa maneja como nadie, ya que él se reconoce instrumento del lenguaje. Por eso la película te atrapa, porque nadie puede dejar de ser hablante" (SALAMANCA, M. En Las 2001 noches nº 99 octubre 2008. Escuela de poesía y psicoanálisis grupo cero).

¡Ay, la palabra, el lenguaje, la verborrea! ¡El cine! La imagen, el sonido. ¿Una buena película? Esa es la pregunta que toda persona se hace cuando comienzan a deslizarse los créditos por la pantalla desafiando la ley de la gravedad. Últimamente, el criterio que se utiliza para responder a esta pregunta, es el de determinar si la película posee unos diálogos profundos, unos personajes con caracteres complejos y muy ricos, unas tramas personales que se entrelacen como los hilos de un telar... Para muchos (la mayoría) de críticos, la película que aglutina estos aspectos, puede decirse que es buena (como comprobamos en la cita de arriba).

Y ¿yo que digo?

Yo digo que es FALSO. Estos críticos sólo tienen en cuenta el contenido a la hora de realizar sus críticas y obvian por completo la forma, el cómo está hecha la película. Para ellos, que la música despierte sentimientos en el espectador o que el movimiento de la cámara se use para reflejar el estado de ánimo de los personajes es hacer trampa, porque, según ellos, la historia debe poder plasmar esos aspectos por sí misma. Por eso, cada vez se tiende más a creer que el cine muy literario es el mejor cine. Sin embargo, la dificultad de hacer una película no reside en contar una historia, sino en cómo contar una historia. Es decir, lo que realmente cuesta al hacer una película es conseguir transmitir un mensaje usando todos los medios de los que se dispone teniendo claro, que el medio cinematográfico es, ante todo, imagen y sonido, no palabra.

Es más, ¿para qué ver una película que tiene apostada la cámara en un punto de una habitación grabando a dos personas que no hacen más que hablar? ¿No es mejor leer un libro en esos casos? ¿No podemos imaginar una infinidad más de sentimientos y significados cuando leemos un libro de esas características que cuando vemos una pantalla que no nos permite formarnos nuestra propia imagen de la situación? ¿Por qué entonces se considera que el cine literario es mejor que el cine audiovisual?

miércoles, 1 de octubre de 2008

THE END?

Hoy me he dado cuenta, en un comentario en el blog de HM, que últimamente emano pesimismo. No llega a ser algo excesivo, pero me he devaneado los sesos para descubrir qué era lo que me provoca esta actitud.

¿Será el calentamiento global?
Podría ser, pero este problema, más que pesimismo, lo que me induce ahora es incertidumbre. Y es que, pensando el otro día en ello, caí en la cuenta de que si los polos de derriten ¿por qué hemos de morir ahogados, si el hielo tiene más volumen que el agua? Es decir, según lo que yo conozco de química, si se derriten los casquetes polares el nivel del agua, disminuirá no aumentará. Por eso, por un lado, me hace feliz saber que no tendremos que bucear hasta la facultad o el trabajo en el futuro, pero al mismo tiempo me siento un poco timado por los grandes defensores de la ecología. Es decir, esto no me crea el pesimismo.

¿Será la crisis económica?
Hombre, la verdad es que esta crisis está siendo muy fuerte. Las cifras que se publican no son para echar las campanas al vuelo precisamente y tampoco me parece muy justo que el popolo grasso tenga que ser salvado economicamente por los estados con la que ha liado. Sin embargo, no es que la crisis despierte lo que es pesimismo en mí. Podría ser rabia o puedo llegar a encontrarla cansina (porque su aparición en los medios es constante), pero no pesimismo.

Ya sé por qué estoy pesimista.
No esperéis ninguna cuestión existencial y grandilocuente (bastante os he dado ya la brasa con el post anterior). Es un hecho de lo más banal para muchos, pero que a mí me ha llegado hondo. Y es que el otro día iba paseando por una de las calles aledañas a Gran Vía y vi una imagen que no me gustó nada. No se trataba más que del edificio desvencijado, deteriorado y olvidado del Cine Madrid. Sus puertas cerradas a cal y canto, sus paredes con los carteles descoloridos de las últimas películas que se proyectaron y la contaminada fachada del edificio de estilo neoclásico que desvelaba antiguas noches de aventuras, amor, suspense, drama etc. plasmaban la decadencia del séptimo arte en nuestra Comunidad. Muchos cines emblemáticos como el que menciono han ido sellando su entrada al público durante estos últimos años para ser reemplazados por grandes centros comerciales que potencian el consumo rápido y masivo. Atrás quedan esos anfiteatros en los que se podía respirar el ambiente antiguo al tiempo que se veían las últimas técnicas en efectos especiales, así como los estrenos de sagas míticas en el centro de Madrid. Todo esto está pasando a formar parte de otro tiempo y a mi me da mucha pena.
A Dios pongo por testigo que... si algún día dispongo de solvencia económica suficiente reabriré algún cine de esos (estaréis invitados a la reinauguración, faltaría más).