
Érase una vez, un grupo de jóvenes desvalidos que vivían en un desierto inhóspito en medio de la nada. El desierto era enorme y pertenecía a un gran reino en el que para ir de un lugar a otro hacía falta caminar largos trechos. Sin embargo, los sitios habitables, identificables por el símbolo real de la U con los tres círculos, escaseaban y no tenían la suficiente capacidad como para albergarlos a todos, por lo que, a menudo, los jóvenes sufrían situaciones de hacinamiento. No podían emigrar a otros lugares a pesar de estas pésimas condiciones, porque el sistema burocrático que todo lo regía y que a todos tenía controlados, impedía cualquier mínimo cambio en el entorno que no fuese atraer a más jóvenes hacia el desierto para enriquecer a los estratos superiores con sus tributos. Esta pequeña historia trata de lo que aconteció a nuestro grupo de jóvenes una mañana de otoño, cuando, inocentemente, apelaron a la inexistente flexibilidad de un miembro elemental de la red burocrática.
En el tercer año después de la llegada, el grupo de jóvenes ya había experimentado en sus carnes la rigidez por la que se determinaba todo en el reino de la U. Todos se preguntaban si la causa sería el clima inestable o los parajes casi carentes de toda forma de vida, pero el caso es que nadie ejercía la más mínima oposición a ese sistema opresor y anulador. Con el cumplimento del trienio, ninguno esperaba ninguna sorpresa más, todo había sido visto, puesto que todo en el régimen de la U estaba planificado exhaustivamente y todo lo que allí ocurría era perfectamente previsible. Pero se equivocaban.
Increíblemente, al comienzo del tercer año, uno de los burócratas concedió un atisbo de libertad al grupo de jóvenes al proponerles que se organizaran por su cuenta en grupos para realizar una tarea que el reino les exigía. El desconcierto se extendió como una corriente eléctrica entre todos, ya que muchos no decidían por sí mismos desde tiempos inmemoriales y otros ni si quiera recordaban lo que era la individualidad. Los jóvenes, habiendo interiorizado ya la filosofía recta y estricta del sistema al que estaban condenados, se dividieron en diez grupos (por afinidad personal) de diez personas cada uno y se organizaron para que cinco grupos trabajaran primero y los otros cinco grupos los relevaran más tarde.
Parecía que los engranajes del sistema giraban ahora mucho mejor gracias a las pequeñas gotas lubricantes de libertad que el burócrata había aplicado y, además, los jóvenes se sentían satisfechos consigo mismos por primera vez en mucho tiempo. Pero el cielo raso que los cubría no tardó en nublarse al enterarse otro de los burócratas de las prácticas herejes que los jóvenes estaban llevando a cabo. Este personaje escondía, bajo sus premisas fundamentalistas, un egocentrismo infinito y utilizaba al sistema para su propio beneficio, por lo que no estaba dispuesto a permitir que los chicos se organizaran libremente. De esta manera, ideó una vil trama para engañar a nuestro grupo de jóvenes y someterlos de nuevo al yugo de la burocracia.
Tras el primer día de trabajo, el este burócrata sembró la incertidumbre entre los jóvenes, puesto que se reunió con el que relevaba al primero en sus funciones, sabiendo que los dos grupos no habían coincidido en ningún momento, para decirles:
"Velando por vuestro bien y porque yo me preocupo por vuestra felicidad aquí en el reino de la U, he de reorganizar la partición del grupo que habéis realizado. Resulta que el grupo que os precedía consta de menos personas que el vuestro, por lo que la tarea no se está realizando eficientemente. Por ello, procederé a dividir el grupo en dos partes que contengan exactamente la misma cantidad de personas".
Los jóvenes, que habían catado las mieles de la libertad (aunque sólo fueran insignificantes moléculas), notaron como un sentimiento de rebeldía nacía en su interior y no creyeron lo que oían. Por ello, aunque tímidamente, expresaron su disconformidad con la decisión del burócrata:
"Es imposible lo que usted nos cuenta, porque, siguiendo las normas de rectitud, racionalización y eficiencia de nuestro reino, ayer los 100 que somos nos dividimos en diez grupos de diez personas cada uno y acordamos que cinco grupos trabajarían primero y cinco después, es decir, 50 personas primero y 50 más tarde".
El malvado señor, contaminado por años y años de doctrina burocrática, no era capaz de asimilar que una organización tan impoluta y racional hubiera surgido del conjunto de iniciativas individuales, por lo que los jóvenes tuvieron que explicarle 70 veces 7 por qué no era posible que el grupo de jóvenes predecesor fuese menor. Finalmente, cuando el burócrata lo captó, notaba como se le retorcían las entrañas. Aunque deseaba con toda su alma echar por tierra la propuesta que le hacían, le era imposible, puesto que los argumentos que aportaban los jóvenes eran matemáticamente sólidos y objetivos. Por ello, algo cambió en la mente del burócrata fundamentalista y prometió estudiar el caso con sus compañeros de trabajo.
Sin embargo, la posibilidad de llegar a un acuerdo jamás fue una opción para el malvado burócrata y lo único que pretendía era ganar tiempo para buscar alguna excusa o encontrar apoyos. Y así es como ocurrió. Tras hablar con compañeros de su mismo signo, el burócrata procedió a la disgregación arbitraria del grupo de jóvenes, infundiendo el desconcierto suficiente como para que no pudieran volver a unirse en su contra. Los chicos y chicas aprendieron así la dura lección de que contra la burocracia, el sentido común siempre sucumbe.
basado en hechos reales